Por Cicerón Flórez Moya, columnista invitado.
El ejercicio envilecido de la política es uno de los factores de la degradación a que se ha llegado en el manejo público de la nación. Es abono de la corrupción, de la distorsión de la justicia, del abuso de poder, del desmantelamiento ético propiciado por muchos de los que acceden a las funciones oficiales en diferentes instancias.
Ese desajuste es fuente de los tantos males que asedian a Colombia. Es un caudal irrigador de la desigualdad y del distanciamiento de quienes tienen las palancas de mando de los fundamentales intereses colectivos. Allí han abrevado los grupos armados de todas las vertientes para someter al país a sus escaladas criminales, en complicidad con algunos sectores proclives a la violencia.
La cuestionable conducta de los que asumen el poder con vocación autoritaria es visible hasta en miembros del Congreso que debieran proceder con talante democrático. El presidente del Sendo Efraín Cepeda tiene un complejo de arrogancia que lo lleva a un manejo abusivo de la corporación legislativa. Su afán es oponerse a cualquier iniciativa que ofrezca alguna posibilidad de solución a los problemas que agobian al pueblo. No es el único en ese desatino, pero él lidera a los extremistas que reniegan de soluciones esperadas. Y lo hace con temperamento desafiante.
La política utilizada como trampolín revanchista no es el camino. Las ideas deben defenderse con argumentos convincentes y no con el adobo del odio personal, la mentira, la estigmatización u otras prácticas de agresión.
Convertir la política en patíbulo politiquero es agravar los males de Colombia. Semejante sectarismo causará más víctimas y dejará intactos los desgarramientos causados por el conflicto armado y por las políticas sin efectos sobre la magnitud de los graves problemas nacionales.
Ese empeño retardatario que se repite en la cotidianidad de la función pública se busca ocultar con la engañosa invocación de la institucionalidad. Se hace creer que se defiende la democracia y el cacareado Estado social de derecho cuando lo que se hace es levantar barreras para que no tengan vigencia. Y como los patrocinadores de esas movidas cuentan con mayorías parlamentarias se sienten dueños del poder e imponen sus intereses, sin importarles las cruciales condiciones de vida padecidas por la mayoría de los colombianos.
La verdad es que hay mucho engaño y así se frena el desarrollo democrático de la nación, con justificaciones amasadas en demagogias revestidas de invocaciones patrioteras.
Y no está mal que se tengan diferencias en la interpretación de los problemas, pero se requiere un debate libre de marrullas politiqueras, que buscan mantener el modelo que garantice beneficios a un sector restringido, que en su momento Alberto Lleras lo identificó como la “mezquina nómina”.
Se requiere una apertura sostenible que sustraiga a Colombia de la politiquería del engaño. Se impone un saneamiento a fondo de los males predominantes. La paz es una prioridad y hay que cerrarles el paso a quienes no se bajan de la intención de hacer trizas los acuerdos con los grupos en armas. A partir de allí pueden abrirse paso otras soluciones para consolidar una nación democrática, de satisfacciones colectivas.
Puntada
La apertura de una seccional del Ministerio de Igualdad y Equidad en Norte de Santander, con sede en Ocaña puede ser un aporte importante en el desarrollo de las políticas de esa cartera, que son programas de alcance social. La ingeniera Sandra Gamboa Camargo a quien se le ha confiado su manejo es idónea para desempeñar ese cargo de tanta responsabilidad.
Acerca del Autor
Omar Elías Laguado Nieto
Melómano, cinéfilo, hacedor de letras, emprendedor y viajero de este mundo!
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